domingo, 21 de agosto de 2011

Al caer la tarde

El sol se pone, cada vez antes, ya se nota que los días se acortan. Lástima, otro final de ciclo. Camino junto a las olas. Noto la arena suave ceder a mi paso bajo mis piés.


De repente, un ruido. Qué es. Un pequeño motor a lo lejos empuja una pequeña barquita con dos hombres ancianos encima. Se acercan a la playa, vienen más deprisa de lo que parece. En la orilla, 2 zagales de apenas 1 metro de estatura esperan impacientes: "Abuelo, abuelooo!" grita uno de ellos. El otro corre a buscar a su madre que viene hacia la orilla para ayudar. 

Un anciano desembarca. Dubitativo, pone el pié en la arena, pero una vez clavado, lo mantiene firme. Empuja la barca. Mientras tanto, el otro recoge los aperos en una mano mientras con la otra, comienza su descenso. Saca un cubo de esos de pintura de 25 litros. Pesa. Lo deja en la orilla. Uno de los críos se acerca impaciente: "cuántos hay abuelo?" - pregunta con los ojos muy abiertos. Sin esperar respuesta, intenta levantarlo. Sus pequeños brazos ceden al peso del contenedor de peces que además viene lleno de agua. No puedo! - emite un quejido. Rápidamente su hermano se acerca corriendo a echarle una mano. Es inútil. El cubo sólo debe pesar más que ellos juntos. Los abuelos contemplan la escena desde la barca que ya han sacado del agua. Sentados en estribor, sonríen ante la escena. Cuánto les queda por aprender pero qué ilusión ponen.

Continúo mi paseo. El sol sigue poniéndose pero hoy me acuesto con algo más de riqueza en mis adentros.